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viernes, 5 de abril de 2013

La vida es agridulce con Nacho Vegas



A estas alturas no tiene mucho sentido dudar de Nacho Vegas. Ahí está su legado, ahí están sus confesionales e inmortales canciones, ahí está su incorruptible sello, ahí está un talento compositivo que dura más de una década y parece inagotable, pero también convendría reconocer que se encuentra en una de las coyunturas más delicadas de su carrera. Con La Zona Sucia, su obra de 2011 y último LP hasta la fecha, apostó por la concisión, por la simplificación, por soltar lastre, según sus palabras. Su visión trágica de la vida continuaba, pero algo más atenuada, con escasos desvaríos, sin apenas divagar. El disco era muy digno, pero sus virtudes líricas lucían menos. Algo de intensidad dramática también se había quedado en el camino. Por primera vez, no deslumbró.
Este cierto aire de ligereza, de desenfado, hizo saltar algunas alarmas, alimentó suspicacias. A finales de citado año, y tal vez a modo de reacción, el asturiano se descolgó con Cómo Hacer Crac, un EP sólido, sin picos ni baches acusados, de inspiración desigual, pero de tono más grave, más narrativo. Más personal y representativo de su autor, en definitiva. A la espera de un nuevo álbum de larga duración que confirme la tendencia, el fan más purista y tradicional encontró ahí un motivo para el optimismo. Pues bien, tras un 2012 de escasa actividad, el ex Manta Ray arranca este año ofreciendo otro: una gira homenaje al cineasta británico Mike Leigh llamada La Vida Es Dulce. Un profano en la materia, leyendo ese inquietante título, tal vez pudiera presagiar la definitiva debacle, la temida docilidad, su ídolo se domestica y se aburguesa.
Afortunadamente, Vegas no ha hecho otra cosa sino adoptar el tono irónico que el propio Leigh empleó llamando así a una de sus películas. Porque pocas carreras cinematográficas de las últimas cuatro décadas han ofrecido más angustia, precariedad y cólera, más personajes al borde del colapso, mejor fusión entre humor corrosivo y drama, ternura y patetismo. Tampoco se recuerdan muchas que hayan sobrecogido tanto ni congelado más sonrisas. Es tentador, y hasta cierto punto certero, meterle en el saco del cine social de Ken Loach, pero su afilado bisturí diseccionando el alma humana le emparenta también, salvando distancias y matices, con la filmografía de Woody Allen. Y su deliberada falta de tapujos y de pudor mostrando las emociones a flor de piel con el propio Vegas, dicho sea de paso. Con estos ingredientes, se mascaba la solemnidad, la vuelta al fango. Y en efecto, una vez más, nuestro protagonista no defraudó y desplegó su habitual profundidad y negrura, sin titubear, sin piedad. Una experiencia inusual en su carrera, y más que estimable.
Acompañado por alguno de sus habituales como Abraham Boba, Luis Rodríguez o Manu Molina, y con el elegante y novedoso toque de un contrabajo, el espectáculo arrancó con una fantasmagórica pieza instrumental acompañando las imágenes de David Thewlis en Indefenso, la película que más hostilidad y crudeza desprende de toda la carrera de Leigh. Es perfectamente posible imaginar a este atormentado personaje, mientras vagabundea por la noche de Londres, protagonizando alguna de las canciones más al límite de Vegas de Cajas De Música Difíciles De Parar, como Historia De Un Perdedor, Gang Bang o Mark Spitz. En forma y fondo, sin duda, la propuesta de Leigh más cercana a su universo.
A continuación, y tras la proyección de un diálogo representativo de la película con la banda en silencio, ritual que se repetiría en lo sucesivo, le tocó el turno a la reivindicación de Dos Chicas De Hoy, donde Vegas se arrancó a cantar Los Sabios Idiotas, una canción hermosa, llena de nostalgia y delicadeza, y que supone un pequeño guiño a uno de sus estrafalarios personajes. Tras acometer Secretos Y Mentiras, película y canción, y único momento del tributo donde acudió a una composición ya publicada, irrumpió Timothy Spall, aparcando su taxi y rompiéndose en pedazos ante su mujer. Mientras, Vegas regalaba a la audiencia una dolorosa canción a la altura de las circunstancias llamada como el film, Todo O Nada.
Llegado este punto, el músico podía haber ofrecido un postizo y forzado rayo de sol rescatando imágenes de Happy: Un Cuento Sobre La Felicidad, la película más amable y absurda que jamás haya estrenado Leigh. Y podía haber sido estimulante, –ojo, tampoco está de más abrir la ventana de vez en cuando para oxigenar– pero Leigh confirmó con esa pequeña e innecesaria concesión que no está especialmente dotado para la complacencia. También podía haber homenajeado la, ésta sí, muy notable Grandes Ambiciones, cosa previsible y esperada, dado su evidente cariz social, algo sobre lo que le interesaba mucho incidir, según él. Pero no, el mensaje político en Vegas, excluyendo su último EP, donde fue ligeramente más explícito, siempre ha sido velado, sutil, y sugerido desde las entrañas y circunstancias íntimas de sus personajes.
Consecuentemente, y con un gusto exquisito, todo hay que decirlo, puso el foco y el corazón en Another Year, última película del cineasta y una de las más abierta e indisimuladamente tristes y descorazonadoras de su carrera. Seguramente la más pulida, medida y equilibrada, la más emotiva y honesta, la mejor. Consciente de que, después de eso, era imposible superar la intensidad de Lesley Manville en pantalla, puso cierre al tributo con una recopilación de personajes y momentos especialmente delicados y turbios. Acompañando a este desenlace visual, dos canciones. Una versión de Albert Hammond, de título Échame A Mí La Culpa, canción torturada y frágil, muy autocrítica, muy de Vegas. Y Matar Vampiros, tema propio e inédito que habla de la tristeza, de la profunda tristeza, de la triste vida, de quemar la ciudad. Dedicada a los buenos sufridores y mejor entendedores, debió de pensar tras interpretarla.
Y como el proyector sufrió una pequeña avería en estos últimos compases, aprovechó la coyuntura y tocó una versión. “Para cuando las cosas salen mal”, puntualizó. La pieza en cuestión es Si No Fuera Porque, de Cecilia, una apología del suicidio en toda regla, aunque suavizada y contenida por el amor de los seres queridos.
La banda, acto seguido, se marchó, volvió a escena y concluyó la actuación con Cosas Que No Hay Contar, La Plaza De La Soledá, La Gran Broma Final y Cómo Hacer Crac. Todas llegaron bien, fueron oportunas. Son grandes canciones. Su banda sonó compenetrada, precisa, virtuosa, como viene siendo habitual. Pero esto ya no aportó mucho, esto se ha podido disfrutar en varios conciertos del gijonés, y esto se volverá a repetir. Lo fundamental, lo alentador, es que los presagios, las sensaciones de cara a un nuevo disco son óptimas con esta inmersión en Leigh, con esta declaración de intenciones. Que nadie sospeche. Que nadie se asuste ni saque el crucifijo. Vegas ha liquidado dudas, secretos y vampiros.

Fuente: http://www.crazyminds.es/2013/04/05/la-vida-es-agridulce-con-nacho-vegas/#prettyPhoto

Publicado en el blog por Fhara Hernández (México D.F.)

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